EL
MUNDO
8 julio
2019
¿Por
qué una persona vive 80 años y una tortuga 200? Un equipo español ofrece la
respuesta
Teresa Guerrero
Desvelan por qué ciertas especies viven
muchos más años que otras. Su longevidad depende de la velocidad a la que se
acortan sus telómeros, las estructuras que protegen
los cromosomas
Dime a qué velocidad se acortan tus telómeros,
los extremos de los cromosomas, y te diré cuánto vas a vivir. Un equipo del
Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) liderado por María Blasco
aporta esta semana un nuevo avance para comprender el todavía misterioso
proceso de envejecimiento. ¿Por qué algunas especies de mariposa, por ejemplo,
mueren a los pocos días de nacer mientras que los humanos solemos vivir
alrededor de 80 años, un elefante unos 60 y una tortuga 200?
«Hemos encontrado un patrón universal que explica la
duración de la vida de las especies», asegura María Blasco, jefa del Grupo de Telómeros y Telomerasa del CNIO y
directora de este nuevo trabajo, publicado este lunes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).
El estudio ha comparado los procesos de envejecimiento de
las personas con los de otras ocho especies animales que tienen esperanzas de
vida muy diversas: el elefante de Sumatra, el ratón, la cabra, el delfín mular,
el reno, el buitre leonado, el flamenco rojo y la gaviota de Audouin.
Según detalla este equipo, la longevidad de un ser vivo está
determinada por sus telómeros, es decir, las
estructuras que protegen los cromosomas, que son a su vez los que contienen la
información genética en el interior de una célula.
La longitud de los telómeros va
variando a medida que envejece un organismo y ya se sabía, en parte gracias a
las investigaciones realizadas en el CNIO, que ellos son una de las
explicaciones al envejecimiento de los organismos. Cada vez que las células se
multiplican para reparar daños, sus telómeros se
hacen un poco más cortos. Si en el transcurso de la vida se acortan demasiado y
no se pueden regenerar, la célula deja de funcionar normalmente.
Enfermedades
relacionadas
«En los humanos son determinantes de la longevidad. Las
personas que tienen alteraciones o mutaciones en la telomerasa,
mueren de manera prematura por enfermedades como la fibrosis pulmonar, hepática
o renal, que se producen cuando las células de los tejidos se mueren y no se
pueden regenerar», explica María Blasco en conversación telefónica. Esa pérdida
de la capacidad de regeneración de los tejidos, añade, puede provocar otros
problemas de salud entre los que menciona la anemia aplásica, la infertilidad o
trastornos en la piel, como la queratosis congénita, o en las uñas.
Por otra parte, nuestro estilo de vida también influye en el
estado de los telómeros: «Sabemos que en humanos el
estrés, fumar o consumir determinados alimentos los acorta, mientras que hacer
ejercicio, por ejemplo, los mantiene», explica la directora del CNIO.
Sin embargo, todavía no se entendía bien qué relación había
entre los telómeros de cada especie y su longevidad,
pues hay animales que los tienen muy largos y que viven poco mientras que otros
que los tienen más cortos viven más tiempo. «Sabíamos, por tanto, que su
longitud inicial no determina su longevidad porque un ratón los tiene mucho más
largos que los humanos y vive mucho menos tiempo», señala la científica.
Así, ese roedor vive entre dos y cuatro años pese a sus
largos telómeros, pues se estima que pierde cada año
unos 7.000 pares de bases (son los ladrillos del material genético). Sin
embargo, aunque los telómeros humanos son más cortos,
pierden de media unos 70 pares de bases al año. La esperanza de vida media de
una persona es de 79 años y hay numerosos casos registrados de supercentenarios, aquellos que han llegado a los 110 años.
Fallecida a los 122 años, la francesa Jeanne Calment
(1875-1997) sigue ostentando el récord oficial de longevidad mundial.
Es decir, lo que importa a la hora de envejecer no es la
longitud absoluta de los telómeros sino la velocidad
a la que se acortan, según sostiene este trabajo cuyo firmante principal es
Kurt Whittemore.
«Sabíamos que esto ocurre en humanos y ratones, pero no
sabíamos si era algo conservado en la evolución, es decir, si ocurría en otras
especies animales», afirma Blasco. Por eso, decidieron ampliar el estudio a
otras especies animales. Su conclusión es que el ritmo de acortamiento de los telómeros es un potente predictor
de la duración de la vida de las especies. Tanto, que es como una fórmula
matemática que establece que las especies cuyos telómeros
se acortan más rápido viven menos.
Animales del Zoo de Madrid
Para llevar a cabo esta investigación, los científicos del
CNIO contaron con la colaboración tanto de los veterinarios del Zoo Aquarium de Madrid, liderados por Eva Martínez-Nevado,
que facilitaron las muestras de sangre de la mayoría de los animales
estudiados, como de los científicos de la Universidad de Barcelona, que les
ayudaron a obtener las muestras de sangre de una colonia salvaje de gaviotas de
Audouin en el Delta del Ebro.
En concreto, midieron los telómeros
en los glóbulos blancos de individuos de distintas edades dentro de cada
especie. Así, analizaron la sangre de nueve delfines de entre 8,6 y 50 años; 15
cabras de entre uno y 10 años; seis buitres leonados de entre ocho y 21 años;
cuatro elefantes de Sumatra de entre 6 y 25 años, siete ratones de entre 1,4 y
2,6 años; 15 flamencos de entre uno y 50 años y ocho renos de 1,4 a 10,5 años.
La sangre se extrajo durante los chequeos veterinarios a los que los animales
son sometidos en el zoológico madrileño, mientras que la edad de las gaviotas
analizadas (entre las que había recién nacidas y ejemplares de hasta 24 años)
se determinó a partir de las anillas que se les coloca cuando son pollos para
poder identificarlas a lo largo de su vida.
Una fórmula
matemática
En lugar de comparar la longitud absoluta de los telómeros, por primera vez compararon su velocidad de
acortamiento. Su conclusión fue que la velocidad de acortamiento predice el
tiempo que va a vivir una especie mucho mejor que otros parámetros que se venían
considerando hasta ahora, como el ritmo cardiaco o el peso corporal pues, en
general, las especies más pequeñas tienden a vivir menos que las grandes.
María Blasco admite que le hubiera gustado poder analizar
otras especies particularmente interesantes por lo longevas que son y que no
pudieron estar disponibles para su investigación pues necesitaban que «hubiera
bastantes ejemplares de cada especie y de edades variadas, desde individuos
jóvenes a mayores».
La investigadora espera poder extender pronto el estudio a
ciertos animales longevos para su tamaño, como algunas especies de murciélago,
que tienen pocos depredadores, o la rata topo desnuda (Heterocephalus
glaber), que vive bajo tierra y llega a superar los
30 años (frente a los tres años que suele vivir una rata común). «Intentamos
incluir a la rata topo en el estudio pero sólo hay dos colonias en el mundo, en
EEUU e Inglaterra, y finalmente no pudimos».
En la naturaleza hay muchas otras especies cuya longevidad
tiene intrigados a los científicos, entre las que Blasco menciona al tiburón de
Groenlandia (Somniosus microcephalus),
que puede cumplir 400 años, o especies de tortugas como la de Galápagos, que
vive alrededor de 200.
Se cree, asimismo, que algunas especies de medusas son muy
longevas y hay una esponja que habita las gélidas aguas de la Antártida que
tiene una tasa de crecimiento extremadamente lenta y de la que podría haber
individuos de más de 1.000 años.
Pero la curiosidad de Blasco no se limita al reino animal,
pues la flora también conserva las claves del envejecimiento: «Se podrían
analizar también especies muy longevas como las secuoyas», adelanta. «Nos
encantaría colaborar con científicos que estudien ecosistemas y poder ver el
efecto del cambio climático en las distintas especies y cómo el estrés puede
afectarlas, al igual que en los seres humanos acorta los telómeros»,
propone.